Regalo.
Que poco
he pensado en mi afán de conocerte,
Que poco
a poco, me acecha el paso la vieja muerte.
Me persigue
como mi sombra en el ocaso
Fundiéndose
más con la oscuridad inminente.
Y me he
pensado yo, quizás ingenuamente,
Una última
batalla, antes que llegue la muerte.
Y se me
llena la cabeza de imágenes precisas,
De
pieles intactas,
De
labios infranqueables,
De
lenguas regodeadas de sabores inimaginables,
De
aromas imprecisos pero apetecibles,
De
siluetas al vespertinas, más que de matices definidos.
Me doy
cuenta que Cervantes no era un tonto,
A un
Quijote describió lleno de ilusiones,
Persiguiendo
a una Dulcinea sin vacilaciones
Contra
los gigantes inamovibles,
Autoengaños
impasibles
De su
mente atormentada.
Es por
eso que creo pertinente,
Cortar mis
perdidas y salvar lo remanente,
Pues no
tengo vida suficiente para gastar en un anhelo,
Una isla
que no veo en el espejuelo,
Mas se
que temprano se aproxima la marejada.
Y ni
siquiera el sabor del mar me da consuelo.
Es por
esto este regalo.
Una
bagatela, una insignificancia.
Que
tiene mi dirección en la distancia,
Por si
alguna vez tienes un día malo.
Guárdalo
en tu estancia, o quémalo en la hoguera,
Escóndelo,
rielo, u obséquialo a cualquiera.
No seré
responsable de su fracaso,
Mas si
aun llegando al ocaso
Aun no
decides que ha de ser de su destino,
No te
ocupes de mi camino,
Me habré
ido en la distancia.
Mas si
cambias de impresión,
Te arrepientes
de las cenizas,
O de
esta nota en tu repisa,
Quédate
con el consuelo
De un
mapa como anzuelo
Que de
dejo en la cornisa
Con el
equis sobre mi anhelo.
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